lunes, 2 de septiembre de 2019

Ciencia y desarrollo industrial para un país como México


Ciencia y desarrollo industrial para un país como México
El papel de la investigación científica


Luis de la Peña y Ana María Cetto

De lo dicho en el artículo anterior titulado Avances tecnológicos en el mundo (Lunes en la Ciencia, número 133) vemos que un país moderno es uno con una industria de base científica que trabaja y produce desde la vanguardia tecnológica. Es un país con una ciencia activa, estrechamente vinculada a la producción (recordemos que nos estamos refiriendo específicamente a las ciencias naturales básicas; el papel social que juegan las ciencias sociales y humanidades es otro, y muy distinto). Tan estrecho es este vínculo que una parte de la investigación, la mayoritaria en los países más desarrollados, se realiza en los laboratorios industriales y da lugar a un flujo inmenso de patentes y registros. El resto de la actividad científica, tanto fundamental como aplicada, es tarea de las universidades y laboratorios nacionales de investigación.
En este balance hemos dejado de lado intencionalmente la investigación con objetivos militares, que es -o fue al menos durante las décadas de la guerra fría- la que absorbe la parte del león del presupuesto de investigación y desarrollo en varios de los países desarrollados. También en esto el siglo que se va superó con creces a los anteriores, pues en él cientos de millares de científicos e ingenieros ocuparon su talento en crear para la guerra. De hecho, parte de la tragedia humana es que a lo largo de su historia la invención y la investigación para la guerra han ocupado a muchas de sus mejores mentes y han sido la fuente de muchos de sus avances. Sirvan los casos de Arquímedes y Leonardo da Vinci de ejemplos de la persistencia de este hecho, sin olvidar el bello contraejemplo de Faraday, quien se negó rotundamente a realizar cualquier investigación con fines bélicos.

Época de oro
Hasta aquí hemos visto la historia desde un solo ángulo. El siglo XX fue también rico, riquísimo, en lo que se refiere al avance y adquisición del conocimiento, entendido como actividad realizada por y para la ciencia; para franquear los límites del saber, para satisfacer una necesidad intelectual, no una necesidad material. No sólo las viejas ciencias heredadas del período anterior (la astronomía, la biología, la física, las matemáticas, la química) se desarrollaron impetuosamente, sino ramas enteras del conocimiento, subdisciplinas e interdisciplinas, emergieron o florecieron durante este siglo. Citemos a título de ejemplo la biología celular, la química orgánica, la geofísica, la radioastronomía, la cibernética, etcétera. La magnitud del esfuerzo científico realizado por la humanidad durante el siglo XX puede percibirse trayendo a colación un solo dato: el número de científicos activos en el mundo en este preciso momento excede el total acumulado de todos los científicos que existieron en la historia anterior de la humanidad.
La atención creciente que nuestra civilización ha dado a la investigación científica como vía para entender a la naturaleza, al hombre y a la sociedad, ha transformado esta actividad en una de sus más meritorias características, comparable sólo a su actividad artística o filosófica. Sus frutos han sido inmensos. Citaremos brevemente como referencia algunos de los resultados que se dieron durante el siglo XX en el campo de la física. La selección de esta especialidad refleja indudablemente la información a la mano de los autores, pero se justifica por el hecho de que fue este campo el que dejó mayor marca en nuestra cultura durante la centuria.
En este campo (aunque no sólo en él) el siglo XIX fue un período de extraordinarios descubrimientos y avances, incluso algunos verdaderamente revolucionarios, como la teoría electromagnética de Faraday y Maxwell o el descubrimiento del electrón por Thomson, de manera que al abrirse el siglo XX los físicos se encontraban en condiciones de explorar nuevos espacios en la búsqueda de respuestas apropiadas a las múltiples dudas y cuestiones que se les fueron presentando, particularmente al adentrarse en el mundo atómico. Hasta fines del XIX e inicios del XX la hipótesis atómica había sido sólo eso, una hipótesis no verificada, en la que muchos físicos, químicos, filósofos (y poetas) veían una cómoda manera de hablar, pero no una realidad física que la sustentara. Fue sólo hasta cerca de 1910 cuando el físico francés Jean Perrin pudo mostrar experimentalmente la realidad de las moléculas, a partir de una idea y método propuesto por el joven Einstein.
Habremos de mantener a Einstein en la escena, pues la primera gran revolución de la física del siglo XX se da con el advenimiento de su teoría de la relatividad, la cual, entre otras cosas, dio origen a la primera teoría general de nuestro universo. Vino poco después la teoría cuántica a desentrañar los misterios del átomo y los electrones, y aportar la herramienta más importante para el avance de la propia física y la química, además de un sinnúmero de ramas aplicadas o aplicables, como la ciencia de materiales, la metalurgia, la electrónica de estado sólido (y los chips), la óptica cuántica (y el láser), etcétera, o bien, del lado teórico, la moderna teoría de campos y la de las partículas elementales.
Esta actividad que podemos llamar puramente científica, movida por factores profundamente humanos como la curiosidad y la necesidad intelectual de entender nuestro mundo y nuestro lugar en la naturaleza y en la sociedad, se realiza primordialmente en las universidades e instituciones similares de investigación, y sus fondos provienen en lo esencial de los gobiernos centrales o locales. El hecho mismo de que los gobiernos apoyen esta actividad es muestra de la importancia social que se le asigna.
Un rasgo característico de la cultura de nuestra época es que la ciencia forma parte central de ella, cuando se le concibe como actividad intelectual para la superación del ser humano y no sólo con una visión utilitaria. Con el tiempo se aprendió que no hay mejor sitio para realizar esta función que las universidades, en las que encuentra su nicho natural. De hecho, podemos decir que la universidad moderna surge cuando Wilhelm von Humboldt tuvo la renovadora iniciativa de abrir la universidad alemana a la investigación y hacer de ésta una de sus tareas específicas. Pese a que la ciencia clásica fue resultado de la actividad creadora casi exclusiva de los países centrales de Europa, hoy en día las universidades públicas de todo el mundo reconocen a la ciencia como tarea central y se preocupan por hacer investigación.

Variantes de la investigación científica
Es importante insistir en el hecho de que la investigación científica universitaria y la realizada para la industria son en esencia la misma actividad, aunque se diferencian (y profundamente) por sus objetivos finales y motivaciones. Una trabaja para extender los límites del conocimiento y está motivada por principios y fines científicos. El personal que realiza la otra puede en ocasiones tener inquietudes, pero la institución a la que pertenece persigue fines utilitarios inmediatos. Pese a ello, la hermandad de principio de estas dos formas modernas de hacer ciencia puede percibirse recordando lo que se refirió líneas arriba sobre el trabajo de algunos premios Nobel.
Tal vez sea oportuno traer a colación otro ejemplo ilustrativo para reforzar el argumento. Uno de los descubrimientos astronómicos cruciales realizados en el curso del agotado siglo XX fue la confirmación experimental de la existencia del ruido cósmico, ese ruido electromagnético que mantiene a nuestro universo a 4 grados absolutos (es decir, menos 269Ŷ centígrados), cuya existencia da solidez a la teoría astronómica más importante del siglo XX, la del big-bang, y confirma que vivimos en un universo en expansión. El punto está en que esta observación central de la astronomía no fue realizada por personal de un observatorio astronómico, sino por accidente (serendipia, en términos más apropiados) por un par de investigadores (A. Penzias y R.W. Wilson, en 1965) que trabajaban en un proyecto de telecomunicaciones en los laboratorios de la empresa Bell Telephone.
En otra ocasión se hablará en torno a si existe o no un desarrollo científico y tecnológico en México.
Los autores son investigadores del Instituto de Física de la UNAM


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