Ciencia y desarrollo
industrial para un país como México
El papel de la
investigación científica
Luis de la Peña y Ana María
Cetto
De lo dicho en el artículo
anterior titulado Avances tecnológicos en el mundo (Lunes en la
Ciencia, número 133) vemos que un país moderno es uno con una
industria de base científica que trabaja y produce desde la vanguardia
tecnológica. Es un país con una ciencia activa, estrechamente vinculada a la
producción (recordemos que nos estamos refiriendo específicamente a las
ciencias naturales básicas; el papel social que juegan las ciencias sociales y
humanidades es otro, y muy distinto). Tan estrecho es este vínculo que una
parte de la investigación, la mayoritaria en los países más desarrollados, se
realiza en los laboratorios industriales y da lugar a un flujo inmenso de
patentes y registros. El resto de la actividad científica, tanto fundamental
como aplicada, es tarea de las universidades y laboratorios nacionales de
investigación.
En este balance hemos
dejado de lado intencionalmente la investigación con objetivos militares, que
es -o fue al menos durante las décadas de la guerra fría- la que absorbe la
parte del león del presupuesto de investigación y desarrollo en varios de los
países desarrollados. También en esto el siglo que se va superó con creces a
los anteriores, pues en él cientos de millares de científicos e ingenieros
ocuparon su talento en crear para la guerra. De hecho, parte de la tragedia
humana es que a lo largo de su historia la invención y la investigación para la
guerra han ocupado a muchas de sus mejores mentes y han sido la fuente de
muchos de sus avances. Sirvan los casos de Arquímedes y Leonardo da Vinci de
ejemplos de la persistencia de este hecho, sin olvidar el bello contraejemplo
de Faraday, quien se negó rotundamente a realizar cualquier investigación con
fines bélicos.
Época de oro
Hasta aquí hemos visto la
historia desde un solo ángulo. El siglo XX fue también rico, riquísimo, en lo
que se refiere al avance y adquisición del conocimiento, entendido como actividad realizada por y
para la ciencia; para franquear los límites del saber, para satisfacer una
necesidad intelectual, no una necesidad material. No sólo las viejas ciencias
heredadas del período anterior (la astronomía, la biología, la física, las
matemáticas, la química) se desarrollaron impetuosamente, sino ramas enteras
del conocimiento, subdisciplinas e interdisciplinas, emergieron o florecieron
durante este siglo. Citemos a título de ejemplo la biología celular, la química
orgánica, la geofísica, la radioastronomía, la cibernética, etcétera. La
magnitud del esfuerzo científico realizado por la humanidad durante el siglo XX
puede percibirse trayendo a colación un solo dato: el número de científicos activos
en el mundo en este preciso momento excede el total acumulado de todos los
científicos que existieron en la historia anterior de la humanidad.
La atención creciente que
nuestra civilización ha dado a la investigación científica como vía para
entender a la naturaleza, al hombre y a la sociedad, ha transformado esta
actividad en una de sus más meritorias características, comparable sólo a su
actividad artística o filosófica. Sus frutos han sido inmensos. Citaremos
brevemente como referencia algunos de los resultados que se dieron durante el
siglo XX en el campo de la física. La selección de esta especialidad refleja
indudablemente la información a la mano de los autores, pero se justifica por
el hecho de que fue este campo el que dejó mayor marca en nuestra cultura
durante la centuria.
En este campo (aunque no
sólo en él) el siglo XIX fue un período de extraordinarios descubrimientos y
avances, incluso algunos verdaderamente revolucionarios, como la teoría
electromagnética de Faraday y Maxwell o el descubrimiento del electrón por
Thomson, de manera que al abrirse el siglo XX los físicos se encontraban en
condiciones de explorar nuevos espacios en la búsqueda de respuestas apropiadas
a las múltiples dudas y cuestiones que se les fueron presentando, particularmente
al adentrarse en el mundo atómico. Hasta fines del XIX e inicios del XX la
hipótesis atómica había sido sólo eso, una hipótesis no verificada, en la que
muchos físicos, químicos, filósofos (y poetas) veían una cómoda manera de
hablar, pero no una realidad física que la sustentara. Fue sólo hasta cerca de
1910 cuando el físico francés Jean Perrin pudo mostrar experimentalmente la
realidad de las moléculas, a partir de una idea y método propuesto por el joven
Einstein.
Habremos de mantener a
Einstein en la escena, pues la primera gran revolución de la física del siglo
XX se da con el advenimiento de su teoría de la relatividad, la cual, entre
otras cosas, dio origen a la primera teoría general de nuestro universo. Vino
poco después la teoría cuántica a desentrañar los misterios del átomo y los
electrones, y aportar la herramienta más importante para el avance de la propia
física y la química, además de un sinnúmero de ramas aplicadas o aplicables,
como la ciencia de materiales, la metalurgia, la electrónica de estado sólido
(y los chips), la óptica cuántica (y el láser), etcétera, o bien, del lado
teórico, la moderna teoría de campos y la de las partículas elementales.
Esta actividad que podemos
llamar puramente científica, movida por factores profundamente humanos como la
curiosidad y la necesidad intelectual de entender nuestro mundo y nuestro lugar
en la naturaleza y en la sociedad, se realiza primordialmente en las
universidades e instituciones similares de investigación, y sus fondos
provienen en lo esencial de los gobiernos centrales o locales. El hecho mismo
de que los gobiernos apoyen esta actividad es muestra de la importancia social
que se le asigna.
Un rasgo característico de
la cultura de nuestra época es que la ciencia forma parte central de ella,
cuando se le concibe como actividad intelectual para la superación del ser
humano y no sólo con una visión utilitaria. Con el tiempo se aprendió que no
hay mejor sitio para realizar esta función que las universidades, en las que
encuentra su nicho natural. De hecho, podemos decir que la universidad moderna
surge cuando Wilhelm von Humboldt tuvo la renovadora iniciativa de abrir la
universidad alemana a la investigación y hacer de ésta una de sus tareas
específicas. Pese a que la ciencia clásica fue resultado de la actividad
creadora casi exclusiva de los países centrales de Europa, hoy en día las
universidades públicas de todo el mundo reconocen a la ciencia como tarea
central y se preocupan por hacer investigación.
Variantes de la
investigación científica
Es importante insistir en
el hecho de que la investigación científica universitaria y la realizada para
la industria son en esencia la misma actividad, aunque se diferencian (y
profundamente) por sus objetivos finales y motivaciones. Una trabaja para
extender los límites del conocimiento y está motivada por principios y fines
científicos. El personal que realiza la otra puede en ocasiones tener
inquietudes, pero la institución a la que pertenece persigue fines utilitarios
inmediatos. Pese a ello, la hermandad de principio de estas dos formas modernas
de hacer ciencia puede percibirse recordando lo que se refirió líneas arriba
sobre el trabajo de algunos premios Nobel.
Tal vez sea oportuno traer
a colación otro ejemplo ilustrativo para reforzar el argumento. Uno de los
descubrimientos astronómicos cruciales realizados en el curso del agotado siglo
XX fue la confirmación experimental de la existencia del ruido cósmico, ese
ruido electromagnético que mantiene a nuestro universo a 4 grados absolutos (es
decir, menos 269Ŷ centígrados), cuya existencia da solidez a la teoría
astronómica más importante del siglo XX, la del big-bang, y confirma que
vivimos en un universo en expansión. El punto está en que esta observación
central de la astronomía no fue realizada por personal de un observatorio
astronómico, sino por accidente (serendipia, en términos más apropiados) por un
par de investigadores (A. Penzias y R.W. Wilson, en 1965) que trabajaban en un
proyecto de telecomunicaciones en los laboratorios de la empresa Bell
Telephone.
En otra ocasión se hablará
en torno a si existe o no un desarrollo científico y tecnológico en México.
Los autores son
investigadores del Instituto de Física de la UNAM
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