CUADERNOS
El Bachiller
ACTUALIDADES CIENTÍFICAS Número 1
Agosto 2019
|
En esta ocasión
a través de Cuadernos El Bachi
En
esta ocasión a través de Cuadernos El Bachiller presentamos un artículo de excelente
manufactura titulado Mitos e ilusiones de la ciencia, de Pablo Johnson, que
fue publicado originalmente en Le Monde
Diplomatique en
junio de 2010, correspondiente al Año IV, no 37. Cabe señalar que Le Monde Diplomatique es la sección mensual del diario
francés Le Monde. Esta sección
presenta artículos de fondo de análisis del acontecer mundial respecto a
política, economía, sociología etc.
Mitos e
ilusiones de la ciencia nos plantea de manera magistral como es que en la
sociedad actual existe el mito de que la ciencia avanza sin cesar; sin
embargo, el quehacer científico está preso de grandes contradicciones;
debido a que en los procesos de investigación interviene una multiplicidad
de factores como los problemas éticos, económicos, políticos. Por tal
motivo la evolución de la ciencia no resulta un proyecto coherente
concebido por un puñado de personalidades y en un determinado lugar; además
la práctica científica
contemporánea, contrariamente a lo que muchas personas creen, debido a que
tiene una visión positivista de la realidad, no tiene como finalidad
descubrir y describir el mundo tal cual es; ya que el desarrollo de la
tecnología y a la capacidad de los laboratorios actuales ha hecho posible
la creación y recreación de mundos tecnoartificiales.
Además
Pablo Johnson nos menciona que uno de los grandes problemas que tiene el
desarrollo de la ciencia es la actitud de los industriales cuya competencia
entre ellos, genera una grave crisis de confiabilidad en los avances científicos.
Creo que
hay de dejar claro que, Pablo Johnson escribió este artículo para la
sociedad ilustrada de Francia, pues menciona que las controversias
científicas existentes en la actualidad, se presentan ante una sociedad
civil que ya no acepta el papel de simple espectadora pasiva, pero esto no
quiere decir que los ciudadanos tengan una amplia visión científica, puesto
que la ciudadanía es altamente influenciable por los diversos problemas
sociales o referentes al medio ambiente; y, que por ello, es sumamente
cambiante de opinión.
Finalmente
Mitos e ilusiones de la ciencia es un artículo de interés para los estudiantes de ciencia
contemporánea y para la comunidad escolar de nuestra Preparatoria.
Ismael Contreras Plata
Ismael Contreras
Plata
Mitos e ilusiones de la ciencia
|
Escribe: Pablo
Jensen * | Soc
La creencia en que la ciencia
avanza sin cesar en el conocimiento de una realidad estable, limitada y siempre
igual a sí misma es de un candor insostenible, heredero del optimismo del siglo
XIX.
Las ciencias experimentan
dificultades para encontrar su lugar en la sociedad. El ejemplo de las actuales
controversias sobre las biotecnologías lo ilustra bien: los biólogos se
encuentran entre dos fuegos; desde ambos lados les cuestionan su aislamiento en
la torre de marfil de la investigación “fundamental”. Por un lado, el poder
económico privilegia, a través de algunos financiamientos, la investigación con
objetivos de aplicación, y exige el secreto y la inscripción en patentes. Por
el otro, el público rechaza el papel de espectador pasivo que durante mucho tiempo
se le ha asignado, y se rebela contra algunas ignorancias científicas, por ejemplo,
sobre los efectos de los organismos genéticamente modificados (OGM) en pleno
campo. Todos los ámbitos científicos se encuentran presos de esta
contradicción, que remite al viejo ideal de la ciencia pura, rechazando las
“deformaciones inherentes a las contingencias económicas y sociales” (1). En
estos últimos años, los estudios de historia social de la ciencia, que
iniciaron con gran vigor Alexandre Koyré y luego Thomas Kuhn (2), renovaron
totalmente el enfoque de estas cuestiones y, más ampliamente, la manera de
concebir el lugar de la ciencia en la sociedad.
Estos trabajos se refieren en
primer lugar a la Revolución Científica, que está en el origen de las ciencias
modernas, con frecuencia presentada como la victoria de la razón frente,
especialmente, a una iglesia oscurantista. Un error. La mayor parte de los
sabios como, por ejemplo, Isaac Newton, eran profundamente creyentes y pensaban
que “descubrir las leyes de la Naturaleza gracias a la física es descubrir las
obras de una providencia soberanamente inteligente, es convencerse de que la
organización del mundo no es producto del azar” (3). Mucho más que en el
surgimiento repentino de la Luz, es en la declinación de las antiguas
jerarquías –gracias a la difusión de las ideas por la imprenta– y en la
agitación suscitada por el descubrimiento del Nuevo Mundo donde hay que buscar
la fuente de esta Revolución. Entonces, las nuevas ciencias abandonaron la
concepción de la Naturaleza como una maravilla gobernada por principios
ocultos, para imaginarla parecida a una gigantesca máquina. Una máquina que
sigue leyes regulares y necesarias, susceptibles de ser traducidas a un
lenguaje matemático, y cuyo conocimiento hace posible la previsión y, por lo
tanto, acciones racionalmente fundadas. Lo que no impidió que la visión
mecanicista de la Naturaleza se mantuviera durante mucho tiempo… como un acto
de fe (4), incapaz de explicar fenómenos tan familiares como la cohesión de los
materiales, la caída de los cuerpos o las mareas.
El pensamiento mecanicista,
inspirado tanto en la tecnología como en la religión, permitió construir un
saber eficaz, dirigido al control del mundo, precisamente en el momento en que
se producían la expansión colonial y la primera Revolución Industrial. Los
universos científicos, técnicos y el de los poderes económicos o políticos
estuvieron entonces profundamente imbricados, ya que las ciencias contribuían
al control ejercido por los Estados, a las actividades de producción y a las
operaciones militares. El desarrollo de las ciencias, como lo han demostrado
los estudios empíricos (5), está asociado a lugares de poder muy diversos,
desde un ducado florentino hasta una revista internacional. Algunos ejemplos
permiten abandonar la imagen etérea del sabio razonando por sí mismo y libre de
cualquier contexto. Porque se insertó en el espacio de libertad que
representaba la Corte, Galileo pudo “armar” un nuevo papel social y cultural,
el del filósofo matemático del gran duque de Toscana, y así legitimar la
utilización de las matemáticas, dando vuelta las jerarquías aceptadas hasta
entonces (en la Universidad legada por Aristóteles, a los matemáticos se les
pagaba siete veces menos que a los filósofos). Dentro de la RAND Corporation
–institución de investigación típica de la ciencia estadounidense de la
posguerra, dirigida por los militares– la colaboración entre físicos,
matemáticos, ingenieros y economistas fue determinante para la implementación
de la economía matemática moderna y su fetichismo del mercado racional. Los
editores de la revista Nature, al seleccionar los “buenos” artículos antes de
cualquier examen por los pares, influyeron con su prestigio en la política
científica a nivel mundial.
La evolución de las ciencias no
resulta de un proyecto coherente concebido en un determinado lugar, sino de
cambios globales, producidos tanto por los productores de saber como por las
potencias temporales y espirituales. Cada actor persigue sus propios intereses
y trata de aprovechar lo que se modifica en su entorno. Así, surgen nuevas
visiones científicas del mundo, aprovechando conjunciones singulares, algunas
de las cuales “prenden” cuando, por razones complejas, logran reclutar a
numerosos actores, tanto sociales como naturales. La historia de las ciencias
se parece a la del lecho de un curso de agua, construido por innumerables
conjunciones geológicas. Con muchos accidentes, obstáculos y desvíos. Una
visión muy diferente de la propuesta por la historia habitual (6), que describe
los adelantos de las ciencias como el descubrimiento progresivo de una
Naturaleza fija. Como si el río “descubriera” su lecho actual, corriendo
inevitablemente desde su fuente a la desembocadura. Pero el río Loire, por más
sorprendente que pueda parecer, pasaba antes por lo que mucho más tarde se
llamaría París. La historia realista de las ciencias está llena de suspenso, de
sorpresas y de tumbos.
A veces, estos estudios sociales
de las ciencias y de sus consecuencias políticas son acusados de no ser más que
anecdóticos, porque no abordan lo que puede considerarse como el corazón de las
ciencias: los objetos que ellas “descubren”, átomos o microbios. Esta objeción
requiere varias respuestas. En primer lugar, la práctica efectiva de las
ciencias no apunta sólo a describir el mundo tal como es, sino a crear, gracias
a los laboratorios, un mundo tecno-artificial donde sus conceptos son
operacionales. Esta tendencia, dominante hoy en día, caracteriza a la ciencia
moderna desde sus comienzos. Galileo privilegia el estudio del movimiento en un
mundo idealizado donde las fricciones no existen, desencadenando las protestas
de los aristotélicos, para quienes la física debía ocuparse del mundo real y no
de un mundo artificial, aunque resultara práctico para los matemáticos. Además,
la noción de “descubrimiento” es ingenua. No extrae las consecuencias de un
hecho ya bien establecido: en el fondo, la “realidad” siempre se nos escapa,
porque lo que conocemos mezcla indisociablemente la realidad y nuestros
instrumentos de conocimiento, ellos mismos ligados a la sociedad que los ha
puesto de manifiesto. Reconocer estos límites conduce a una verdadera
historicidad de los hechos científicos, interpretados como dispositivos que
mezclan esos tres elementos. Así, los microbios de Pasteur no son los nuestros:
tamizados por aparatos y teorías diferentes, son mucho más diferenciados, y
algunos se convierten en virus. En cuanto a los átomos, constituyen una visión
de la materia que sigue pegada a los materiales purificados producidos por los
laboratorios modernos. Esto no significa de ninguna manera, contrariamente a lo
que algunos teóricos han anticipado, que esas entidades sean ilusorias: se
comportan bien en los laboratorios y siguen siendo un elemento esencial en la
construcción de los “hechos” científicos. Pero las características que les
conocemos no agotan su realidad: de cierta manera, estas entidades se expresan
bien por sí mismas, pero nunca dicen todo lo que saben…
Siguiendo a los investigadores en
sus gestos cotidianos, mirándolos fabricar objetos y sentidos en universos
sociales y políticos diversos, esos trabajos, que se desarrollan desde hace una
treintena de años, muestran que la ciencia no descubre “el” mundo, sino que
construye mundos que mantiene juntos a humanos, máquinas y objetos naturales.
En cuanto a las ciencias puras, nunca siguen siéndolo durante mucho tiempo. El
ideal de un saber neutro, autónomo de los demás universos sociales, fue
resaltado por los propios sabios en el siglo XIX para colocarse por encima de la
pelea, precisamente en el momento en que su inserción en el mundo
socioeconómico se intensificaba (7).
Una vez parcialmente disipadas
estas múltiples ilusiones, fue posible tratar de integrar mejor las ciencias al
debate democrático. Las grandes controversias científicas ya no se resumen en
confrontaciones entre sabios racionales y un público oscurantista. Corresponden
más bien a debates políticos entre partidarios de los diferentes mundos
posibles. Ya se trate de terapias genéticas, de nanotecnologías o de OGM, ahora
resulta más evidente que nunca que esos adelantos científicos no deben ser
juzgados separadamente del sistema social en el cual están insertos (8). ¿Cómo
asociar a los investigadores a una sociedad civil que ya no acepta el papel de
espectador pasivo, pero que a veces es muy influenciable y versátil, como lo
han mostrado los cambios de opinión sobre el calentamiento climático, al mismo
tiempo que se salvaguarda la autonomía con relación a las presiones económicas?
Para Isabelle Stengers, una solución posible consiste en centrar la definición
de las ciencias en la construcción de pruebas confiables (9). Los industriales
amenazan la confiabilidad con una exigencia más fuerte, la de la
competitividad; mientras el público demanda la extensión de este tipo de
pruebas hacia el exterior del laboratorio. Aunque ya existen varias pistas,
como las conferencias ciudadanas o la separación de los poderes sugerida por
Bruno Latour (10), las formas concretas que puede revestir tal implicación del
público están por inventarse.
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1 Informe de
síntesis del movimiento “Sauvons la recherche“
(http://cip-etats-generaux.apinc.org/IMG/pdf/ synthese-finale-EG.pdf).
2 Véase Alexandre Koyré, Du monde clos à l’univers infini, PUF -63 Gallimard, París, 2005; Thomas Kuhn, La structure des révolutions scientifiques, Flammarion, París, 2008.
3 Simone Mazauric, Histoire des sciences à l’époque moderne, Armand Colin, París, 2009.
4 Mary Midgley, Science As Salvation: A Modern Myth and Its Meaning, Routledge, Oxford, 1992.
5 Dominique Pestre, Introduction aux sciences studies, La Découverte, París, 2006.
6 Puede encontrarse un ejemplo caricaturesco en la obra dirigida por Georges Barthélémy, Histoires des sciences, Ellipses, París, 2009.
7 Dominique Pestre, op. cit.
8 Christophe Bonneuil y colaboradores, “Innover autrement? La recherche face à l’avènement d’un nouveau régime de production et de régulation des savoirs en génétique végétale“, en Dossier de l’environnement de l’INRA, Nº 30, Editions Quae, Versailles, 2005 (www.inra.fr/dpenv/pdf/BonneuilD30.pdf).
9 Isabelle Stengers, La Vierge et le neutrino: Les scientifiques dans la tourmente, Empêcheurs de Penser en Rond, París, 2006.
10 Bruno Latour, Politiques de la Nature, La Découverte, 1999.
2 Véase Alexandre Koyré, Du monde clos à l’univers infini, PUF -63 Gallimard, París, 2005; Thomas Kuhn, La structure des révolutions scientifiques, Flammarion, París, 2008.
3 Simone Mazauric, Histoire des sciences à l’époque moderne, Armand Colin, París, 2009.
4 Mary Midgley, Science As Salvation: A Modern Myth and Its Meaning, Routledge, Oxford, 1992.
5 Dominique Pestre, Introduction aux sciences studies, La Découverte, París, 2006.
6 Puede encontrarse un ejemplo caricaturesco en la obra dirigida por Georges Barthélémy, Histoires des sciences, Ellipses, París, 2009.
7 Dominique Pestre, op. cit.
8 Christophe Bonneuil y colaboradores, “Innover autrement? La recherche face à l’avènement d’un nouveau régime de production et de régulation des savoirs en génétique végétale“, en Dossier de l’environnement de l’INRA, Nº 30, Editions Quae, Versailles, 2005 (www.inra.fr/dpenv/pdf/BonneuilD30.pdf).
9 Isabelle Stengers, La Vierge et le neutrino: Les scientifiques dans la tourmente, Empêcheurs de Penser en Rond, París, 2006.
10 Bruno Latour, Politiques de la Nature, La Découverte, 1999.
(*) Artículo
extraído de la versión peruana de Le Monde Diplomatique.
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